jueves, 1 de agosto de 2013

El Quinto Evangelio, el Evangelio Según los Santos Evangélicos !!!

El Quinto Evangelio,
el Evangelio Según los 

Santos Evangélicos





¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?


(Lucas 6:46). En nuestro idioma castellano ha surgido un interesante
problema en torno a la palabra "Señor". Al dirigirnos a alguien lo
hacemos diciéndole señor Pérez, señor Fernández, y también a Jesús
lo llamamos Señor.

Esta falta de distinción ha hecho que perdiéramos el verdadero
concepto o significado de la palabra "Señor". El hecho de que a
Jesús lo llamemos "Señor" no despierta en nosotros ningún
reconocimiento en cuanto al verdadero significado de esa palabra.
Sin embargo esto no sucede únicamente en los pueblos de habla
hispana. Lo mismo ocurre con los de habla inglesa, aun cuando
empleen dos palabras: mistery Lord; la primera la usan para las
personas y la última para dirigirse a Jesús. Es posible que el
concepto de Lord haya perdido su significado a causa de¡
comportamiento poco encomiable de los lores ingleses.
En la actualidad la palabra Señor no tiene para nosotros el MISMO
significado que tuvo en los tiempos en que Jesús vivió sobre la faz
de la tierra. Entonces esta palabra se usaba para referirse a la
autoridad máxima, al primero, al que estaba por encima de los demás,
al dueño de toda la creación. Los esclavos se dirigían a sus amos
utilizando la palabra griega kirios ("señor") escrita en minúscula.
Pero si esta palabra estaba escrita en mayúscula, entonces se
refería a una sola persona en todo el Imperio Romano. El César era
el Señor. Más aún, toda vez que algún funcionario del estado o tal
vez algún soldado se cruzaban por la calle tenían que saludarse
diciendo " ¡César es el Señor!" Y la respuesta habitual era " ¡Sí,
César es el Señor!
Es así que los cristianos en aquel entonces se veían confrontados
con un problema bastante difícil. Toda vez que alguien los saludaba
con las consabidas palabras - ¡César es el Señor! -invariablemente
su respuesta era-: No, ¡Jesucristo es el Señor!-. Esto les creó
dificultades, no porque César tuviera celos de ese nombre, sino que
era algo que tenía raíces más profundas. César no tenía la menor
duda respecto de lo que ello significaba para los cristianos;
estaban com. prometidos con otra autoridad. En sus vidas Jesucristo
pesaba más que el propio César.
Su actitud decía bien a las claras: "César, tú puedes contar con
nosotros para ciertas cosas, pero cuando nos veamos forzados a
escoger, nos quedaremos con Jesús por cuanto le hemos entregado
nuestras vidas. El es el primero. Es el Señor, la autoridad máxima
para nosotros". No es de extrañarse entonces que el César hiciera
perseguir a los cristianos.
El Evangelio que tenemos en la Biblia es el Evangelio del Reino de
Dios. Allí encontramos a Jesús como el Rey, como el Señor, como la
autoridad máxima. Jesús es el eje sobre el cual gira todo. El
Evangelio del Reino es un Evangelio que se centra en Jesucristo.
Sin embargo en estos últimos siglos hemos venido prestando oídos a
otro Evangelio, uno centrado en el hombre un Evangelio humanista; el
Evangelio de las grandes ofertas, de las grandes liquidaciones; el
Evangelio de las colosales rebajas. Es un Evangelio en que el pastor
dice: "Señores, si ustedes aceptan a Jesús" (ya en esto solamente
hay un problema por cuanto es Jesús que nos acepta a nosotros y no
nosotros quiénes lo aceptamos a El. Hemos puesto al hombre en el
lugar que legítimamente le pertenece a Jesús Y por lo tanto ahora el
hombre ocupa un lugar muy importante) - Y el evangelista
agrega: "Pobre Jesús, está llamando a la puerta de tu corazón. Por
favor, ábrele. ¿Es que no lo ves allí fuera tiritando de frío? Pobre
Jesús, ábrele la puerta". No es de extrañarse entonces que los que
están escuchando al evangelista piensen que si se hacen cristianos
le harán un favor a Jesús.
Muchas veces hemos dicho a la gente: "Si usted acepta a Jesús tendrá
gozo, paz, salud, prosperidad . . . Si le da cien pesos a Jesús El
le devolverá doscientos. . . " Siempre apelamos a los intereses del
hombre. Jesús es el Salvador, el Sanador, el Rey que vendrá por mí.
Mí, yo, son el centro de nuestro Evangelio.
Las reuniones que realizamos se centran alrededor del hombre. Hasta
la misma disposición del mobiliario, los bancos, el púlpito son para
el hombre. Cuando el pastor prepara su bosquejo para el desarrollo
de la reunión no piensa en Dios sino en su audiencia. "Para el
primer himno todos se pondrán de pie, para el segundo estarán
sentados para no cansarse; después habrá un dúo para cambiar un poco
el ambiente, luego haremos alguna otra cosa y todo cuanto Se hace
tiene que tener cabida en una hora para que la gente no se canse
demasiado". ¿Dónde está Cristo el Señor en todo esto?
Y con nuestros himnos ocurre lo mismo. "Oh Cristo mío". "Cuenta tus
bendiciones". ¡Y qué decir de nuestras oraciones! "Señor, bendice mi
hogar, bendice a mi esposo, bendice también a mi gatito y al perro
por amor de Jesús. Amén". Esa oración no es por amor de Jesús sino
por ¡amor a nosotros! Con frecuencia empleamos las palabras
apropiadas, con una actitud equivocada. Nos engañamos a nosotros
mismos.
Nuestro Evangelio viene a ser como la lámpara de Aladino de las Mil
y una noches; pensamos que si lo frotamos recibiremos lo que
queremos. No es de extrañarse que Karl Marx llamara a la religión el
opio de los pueblos. Tal vez tuviera razón, no era ningún tonto.
Sabía que nuestro Evangelio con frecuencia no es nada más ni nada
menos que una vía de escape para la gente.
Pero Jesucristo no es un opio. El es el Señor. Usted debe venir y
entregarse a Jesús Y cumplir con sus demandas cuando El habla como
Señor.
Si nuestros dirigentes hubieran sido amenazados por la Policía y el
sumo sacerdote tal como ocurrió con los apóstoles, es posible que
hubieran orado así: "Oh, Padre, ten misericordia de nosotros.
Ayúdanos, Señor. Ten piedad de Pedro y de Juan. No permitas que los
soldados les hagan ningún mal. Por favor danos una vía de escape. No
permitas que suframos. Oh, Señor, mira lo que nos están haciendo.
¡Deténlos, no dejes que nos hagan daño!" Nosotros, nuestro, yo, mi.
Sin embargo cuando leernos en el capítulo cuatro de los Hechos vemos
que ellos no oraron así. Fíjese cuántas veces los apóstoles dijeron
tú.
Y ellos, habiéndole oído, alzaron unánimes la voz a Dios, Y dijeron:
Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el
mar y todo lo que en ellos hay: que por boca de David tu siervo
dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan
cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se
juntaron en uno contra el Señor y contra su Cristo. Porque
verdader,7mente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo
Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y
el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían
antes determinado que sucediera. Y ahora, Señor, mira sus amenazas,
y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra,
mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y
prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron
orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron
llenos del Espíritu Santo ... (versículos 24-31)
No se trata de un problema de semántica sino que me estoy refiriendo
a un gran problema que tenemos en las iglesias respecto de nuestra
actitud. No es suficiente que usemos otro vocabulario; debemos dejar
que Dios tome nuestros cerebros, que los ¡ave con detergente, que
los cepille bien fuerte y que nos los vuelva a colocar en una manera
distinta de su posición previa. Todo nuestro sistema de valores
tiene que ser cambiado.
Somos como aquellas personas de la Edad Media que creían que la
tierra era el centro del universo. Ellos estaban equivocados y
nosotros también. Pensamos que somos el centro del universo y que
tanto Dios como Jesucristo y los ángeles giran alrededor nuestro. El
cielo es nuestro, todo es para nuestro provecho.
¡Cuán equivocados estamos! Dios es el centro. Es necesario que
nuestro centro de gravedad cambie. El es el Sol y nosotros debemos
girar alrededor de El.
Pero es muy difícil cambiar nuestro patrón de pensamientos. Aun
nuestra motivación para la evangelización se centra en torno al
hombre. Muchas fueron las ocasiones que escuché decir mientras me
encontraba estudiando en el Seminario: -Queridos alumnos, ¡fíjense
en las almas perdidas! Esa pobre gente irremisiblemente va camino al
infierno. Cada minuto que pasa otras cinco mil ochocientas veinte y
dos personas y media se van al infierno. ¿No sienten lástima de
ellos? -Y nosotros llorábamos y decíamos-: Pobre gente. ¡Vayamos a
salvarla!- ¿Se da cuenta? Nuestra motivación no era el amor a Jesús
sino el amor a las almas perdidas, que toda nuestra motivación debe
ser Cristo. No predicamos a las almas perdidas porque están
perdidas. Vamos para extender el Reino de Dios porque así lo dice
Dios y El es el Señor.
Nuestro Evangelio en la actualidad es lo que yo llamo el Quinto
Evangelio -Tenemos los Evangelios según San Mateo, San Marcos, San
Lucas, el de San Juan y el Evangelio según los Santos Evangélicos.
Este Evangelio según los Santos Evangélicos se basa en versículos
entresacados de aquí y de allá en los otros cuatro Evangelios.
Hacemos nuestros todos los versículos que nos gustan, los que nos
ofrecen o prometen algo, como Juan 3:16, Juan 5:24 y otros, y con
esos versículos formamos una Teología Sistemática en tanto que nos
olvidamos por completo de los otros versículos que nos confrontan
con las demandas de Jesucristo.
¿Quién nos autorizó a hacer semejante cosa? ¿Quién dijo que estamos
autorizados para presentar solamente una faceta de Jesús? Supóngase
que se celebrara un matrimonio y llegado el momento de pronunciar
los votos el hombre dijera: -Pastor, yo acepto a esta mujer como mi
cocinera personal, y también como mi lavaplatos personal.
No me cabe la menor duda que la mujer diría:
- ¡Un momentito! Sí, voy a cocinar, voy a lavar los platos, voy a
limpiar la casa, pero no soy una mucama. Voy a ser tu esposa. Tú
tienes que darme tu amor, tu corazón, tu casa, tu talento, todo.
Y lo mismo es verdad respecto de Jesús. El es nuestro Salvador y
nuestro Sanador, pero no Podemos cortarlo en pedazos y tomar
solamente aquellos que nos gustan más. A veces nos parecemos a los
niños cuando se les da una rebanada de pan con mermelada; se comen
la mermelada y vuelven a darnos el pan. Entonces volvemos a poner
más mermelada y de nuevo se la comen y nos vuelven a dar el pan.
El Señor Jesús es el Pan de Vida y tal vez el cielo sea como la
mermelada. Es necesario que comamos tanto el pan como la mermelada.
¿Qué le parece que sucedería si en algún gran Congreso de Teólogos
se llegara a la conclusión de que no hay ni cielo ni infierno?
¿Cuántas personas seguirían asistiendo a la iglesia después de un
anuncio de esa naturaleza? La mayoría no volvería a poner los pies
en la iglesia. "Si no hay cielo, ni tampoco infierno, ¿para qué
venimos aquí?" Esas personas van a la iglesia nada más que por la
mermelada, es decir por sus propios intereses, para ser sanados,
para escapar del infierno, para ir al cielo. Los tales son los que
siguen el Quinto Evangelio.
El día de Pentecostés, después que Pedro concluyera su sermón, dijo
con toda claridad: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de
Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha
hecho Señor y Cristo" (Hechos 2:36). Ese fue su tema.
Cuando los oyentes comprendieron que Jesús era en realidad el
Señor "se compungieron de corazón" (versículo 37) y
preguntaron: "Varones hermanos, ¿qué haremos?"
La respuesta fue: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en
el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el
don del Espíritu Santo" (versículo 38). En Romanos 10:9 encontramos
resumido el Evangelio de Pablo: "Si confesores con tu boca que Jesús
es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo". El es mucho más que Salvador, es el Señor.
Y ahora voy a darle un ejemplo de lo que es el Quinto Evangelio.
Lucas 12:32 dice: "No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre
le ha placido daros el reino". Este es un versículo muy conocido.
Muchísimas veces prediqué sobre ese texto.
Pero, ¿qué me dice del versículo siguiente? "Vended lo que poseéis,
y dad limosna". jamás escuché ningún sermón basado en este texto
porque no está en el Evangelio según los Santos Evangélicos. El
versículo 32 forma parte de nuestro Quinto Evangelio, pero el 33
aunque es también un mandamiento de Jesús lo ignoramos por completo.
Jesús nos mandó no matar.
Jesús nos mandó amar a nuestro prójimo.
Jesús nos mandó vender nuestras posesiones y darlas a los
necesitados.
¿Quién tiene el derecho de decidir cuáles mandamientos son
obligatorios y cuáles son optativos? ¿Me comprende? El Quinto
Evangelio ha hecho algo extraño: ¡nos ha dado mandamientos
optativos! Si uno quiere los cumple y si no, es lo mismo.
Pero ese no es el Evangelio del Reino.


Extraido del libro Discipulo