Cómo Relacionarnos con las Denominaciones
Meditación de Iván M. Baker, 25 de marzo
de 1999
Cómo Relacionarnos con las Denominaciones
Meditación de Iván M. Baker, 25 de marzo
de 1999
Por causa de la desviación de la verdad, de la liviandad y el pecado
existente en las iglesias hoy
(además de la gran cantidad de pastores predicando para sus propios
beneficios), es evidente que
estamos viviendo tiempos muy peligrosos. Y es fundamental que vayamos
a la Biblia a buscar la
orientación correcta para enfrentarlos como corresponde. No nos sirve
tener una orientación
sentimental o una preocupación por mantener una amistad con todos, así
como tampoco nos sirve
tener un espíritu pacificador que nada ve y que todo lo ama, sino que
precisamos de una luz divina
bien clara y de una orden celestial que nos indique el camino; camino
que sólo podemos hallar
haciendo un estudio serio de la Palabra, buscando la indicación de
Dios para enfrentar las
situaciones de hoy.
Yo me pregunto ¿Tuvo la Iglesia Primera que enfrentar situaciones
parecidas a las nuestras? Algunos dicen que las sinagogas de ese tiempo son las
iglesias evangélicas de hoy; pero yo digo que eso no es así, ya que con
respecto a aquellas sinagogas y a su doctrina, Cristo dijo: “Haced lo que
ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”. Inferimos, por las
palabras de Jesús, que al menos su enseñanza era buena, sin embargo hoy
tendríamos que decir de las iglesias evangélicas, en términos generales: “No hagáis
ni lo que dicen, ni lo que hacen”, lo que las coloca en un escalón más bajo
frente a las sinagogas del tiempo de Cristo. Basta con juzgar el evangelio y
las doctrinas de error que en ellas se predica y ver el estado moral y la pobre
vida espiritual que generalmente puede observarse en ellas.
La segunda consideración que hago es que a pesar del mucho sufrir,
orar y trabajar para llevar la
verdad a las iglesias evangélicas, el fruto ha sido escaso y poco el
avance. Prueba de ello es que al
conversar con pastores evangélicos, nos damos cuenta que están en
medio de una babel y de toda
clase de liviandad. Se predica un evangelio espurio, se admiten
licencias de toda clase, con mínima o quizás nada de consagración de los
miembros, generando un espectáculo vergonzoso en el que las iglesias sucumben
bajo un mar de iniquidad. Por ejemplo, y con el fin de mencionar un caso
extremo, esa iglesia metodista que celebró un casamiento (al que asistió
la televisión, la prensa y
gran cantidad de personas se amontonaron a sacar fotografías) en la
que se celebró un “casamiento” diferente, entre lesbianas. Y al parecer también
la iglesia anglicana se ha sumado al aceptar el casamiento de dos hombres o dos
mujeres y la adopción de hijos por parte de ellos.
Hoy en la iglesia católica – incluyendo los católicos carismáticos – y
en muchas iglesias evangélicas,
ni se vive la santidad ni tampoco se proclama la verdad, siendo esta
situación que enfrentamos hoy
muy difícil y penosa.
Nuestra tarea no es buscar la unidad de las denominaciones, ya que en
ningún momento el Señor
ora para que la iglesia busque y trabaje en pos de la unidad “denominacional”,
sino que el Señor, en Juan 17, clama al Padre pidiéndole a Él por la
unidad entre los miembros de la Iglesia. Tampoco
vemos a ninguno de los apóstoles procurando hacer unidad
institucional, sino que los vemos en todo momento priorizando la santidad y la
obediencia a Cristo. Y en la Palabra vemos que hubo luchas entre ellos debido a
desobediencias, como cuando Pablo reprendió a Pedro. En esa situación no vemos
a Pablo buscando armonizar lo que Pedro estaba haciendo con la verdad que él
defendía
firmemente, sino que lo vemos confrontando a Pedro duramente y luego
siguiendo adelante con su
responsabilidad, mostrándonos cómo nuestra unidad y armonía deben
depender de la obediencia a la Palabra.
Cuando Pablo habla de la obra que Dios le encomendó, manifiesta no
querer “edificar sobre
fundamento ajeno”, sino hacerse cargo de lo que Dios puso
en sus manos para realizar. Pablo no
consideraba un deber propio el arriar a todos los demás detrás de sus
ideas, ni insistir en que los
otros estuvieran de acuerdo con los métodos que él seguía para
edificar la Iglesia, sino que se
ocupaba de mantener el rumbo que Dios le había presentado aún cuando
otros quisieran disuadirlo
de esto.
No vemos en la Palabra un sínodo de hombres intentando elaborar una
unidad institucional. La
misión de unir a las Iglesias era dejada en las manos del Padre y era
hecha por el Espíritu Santo, que
es el gran Reconciliador.
Si nosotros nos atamos todos juntos para andar unidos (hablo siempre
respecto a la unidad de
diferentes iglesias, congregaciones o denominaciones que piensan y
operan de manera muy
distinta), temo que la verdad va a ser oscurecida o simplemente nula y
al final terminaremos todos
ligados, encadenados unos con otros en una mediocridad espantosa.
Percibo que a veces el problema no es que las iglesias no acepten la
verdad que predicamos, sino
que no aceptan el funcionamiento de esa verdad aplicada en la vida. No
ganamos nada con intentar convencer a quienes no quieren ser convencidos, sino
que sería mucho mejor que los que están convencidos vayan hacia adelante,
avanzando en sus convicciones, haciendo la obra y viviendo la verdad. Será esa
obra y esa vida las que realmente hablen por sí solas.
Nuestra tarea entonces, no es edificar sobre fundamento ajeno sino ir
expandiendo nuestro
ministerio conforme a todo lo que hemos recibido y nos ha mostrado el
Señor, teniendo constante
determinación en afirmar y fortalecer todo lo que está en nuestras
manos y que es de nuestra
responsabilidad hacer. Además, debe ser de nuestro gran interés tener
comunión los unos con los
otros e ir edificando la Iglesia conforme al modelo que Dios nos ha
mostrado, es decir, volviendo al
patrón de Dios según lo que Él encomendó. Esto es lo sano, lo
apropiado y lo que cabe dentro de la
visión que Dios nos ha dado.
Reclamamos además una soberana operación del Espíritu Santo para hacer
la unidad que sólo Dios
puede hacer, ya que nos damos cuenta que la unidad de la Iglesia hecha
en papeles, en eventos
diversos o en reuniones de oración, no llega muy lejos. Es muy
complejo y difícil querer unir así
nosotros las denominaciones, o las congregaciones ya que cada pastor
está afirmado en su visión;
cada uno quiere cambiar los principios que guían al otro y que son
entendidos de manera diferente, y cada uno entiende su proceder como algo que
viene de parte del Espíritu de Dios, lo que le da seguridad en su forma de
actuar.
Entonces, a mi parecer, el querer alinear a las demás
congregaciones con nuestros argumentos, con nuestras predicaciones o
compartiendo reuniones de oración o de consulta, es muy difícil; y creo que
ante esa dificultad, solo Dios puede hacer algo.
Lo que sí creo, es que podemos juntos aceptar dos principios claros:
Primero, que la unidad del
Cuerpo la hace Dios y, segundo, que debemos cuidarnos de oír bien y
obedecer las advertencias que los apóstoles nos hacen con respecto a quiénes
debemos apartarnos completamente.
Este dilema, el de saber discernir qué hacer ante las diferencias y
factores que nos separan de otros, no es exclusivamente nuestro, ya que en el
tiempo apostólico también estuvo presente. Sin embargo debemos tener sabiduría
de Dios para relacionar los problemas que ellos tuvieron en su tiempo con los
que enfrentamos nosotros hoy en el siglo XX, ya que existen dos mil años que
nos separan y las situaciones y los tiempos históricos son diferentes. Lo que
sí podemos establecer es que cada problema, tanto los que se vivían en ese
tiempo como los que enfrentamos hoy, son indicativos de un pecado, una falla o
un desliz del hombre, por lo que debemos calificar cada situación actual en base
a los principios establecidos por los apóstoles de la Iglesia Primitiva tal
como lo establecen las Escrituras para luego encontrar el paralelo con nuestros
días.
Por ejemplo, en la epístola de Gálatas – tiempo en el que sin duda se
predicaba el evangelio puro y
limpio tal cual había sido dado por el Señor – podemos ver una
situación donde por un solo
elemento que los hermanos querían agregar al evangelio, Pablo
reacciona amonestándoles
severamente. Ese elemento, la circuncisión – la inocente práctica de
cortar el prepucio, es decir, 10 a 20 gramos de piel –cosa que hasta ese
momento había sido una práctica santa, establecida por el
Altísimo como precepto para muchas generaciones entre los judíos, era
ahora aborrecida por Pablo, por ser del antiguo pacto y no del nuevo,
rechazándola enérgicamente con estas tremendas
palabras: “Yo os declaro que si os circuncidáis, Cristo no os
aprovecha de nada y de la gracia habéis
caído” ¡Qué palabras inmensamente graves llega a decir Pablo por causa de
algo que para los judíos convertidos era un error tan inocente y pequeño! Pablo
denuncia el gravísimo pecado en el que estaban cayendo, a causa del cual les
advierte que por ese solo hecho perderían la gracia recibida.
Pablo llama a esto “otro evangelio”, es decir, el sacar ese
pedacito de piel; esa acción de poner un
símbolo de circuncisión judaica, era otro evangelio. La diferencia
radicaba en que ahora era otra
época; tiempo del nuevo pacto que Dios había establecido con Cristo y
para los ojos de Dios y de
Pablo, este hecho significaba evidentemente un gravísimo pecado y una
anulación del Evangelio
santo que Dios estaba revelando y estableciendo entre los hombres.
¿Cómo se puede comparar esta minucia del prepucio y la circuncisión –
pero tan fuertemente
tratada por Pablo con el máximo rigor y con un lenguaje claramente
condenatorio – con la flagrante desviación que hay hoy en día en las iglesias?
Hoy se manifiesta abiertamente y por todas partes un evangelio espurio; un
evangelio sin poder salvífico; un evangelio de hombres en el que el llamado y el
contenido son otros y que está totalmente enviciado por los intereses de los
hombres que se interponen a los intereses de Dios.
Así como el evangelio que predicaba ese pastor al cual le dije “Tú no
predicas el evangelio” y él me
respondió ¿Cómo es el evangelio? Y yo le expliqué detalladamente cuál
era el verdadero. Y cuando
terminé, él me dijo: “Si yo predico ese evangelio, pierdo mi
congregación”
Yo analicé esa frase que él dijo como un relámpago en mi mente y me
sentí absolutamente
indignado; dándome cuenta inmediatamente que él era un mercader
haciendo su propio negocio. Él quería gente asistiendo a sus reuniones pero no
estaba interesado en que esa gente se convirtiera realmente; no le interesaba
si el evangelio que él predicaba era el correcto o no, sino que le interesaba
tener una iglesia abierta, un púlpito, una autoridad propia, gente que viniera
a
escucharle. Él era un lobo, un ladrón, un salteador, un miserable
rumbo a la perdición.
Así como ese pastor, hoy en día hay muchísimos más como él que se
amontonan por todas partes
predicando la prosperidad; predicando la liberación de demonios de los
creyentes; predicando la
multiplicación del diezmo y aún pidiéndole el diezmo a la gente que
aún ni siquiera se ha convertido.
Hoy no se predica más a Cristo, no está más la vergüenza de la Cruz ni
el derramamiento de la
sangre del nuevo pacto. Cuando yo tenía unos 15 años, escuché a un
anciano decir “En los últimos
tiempos, dentro de algunos años, no se predicará más la sangre de
Cristo”. Yo me quedé atónito,
porque para mí, en aquel tiempo que yo vivía, no podía haber
predicación sin la sangre de Cristo y
sin la Cruz; sin embargo hoy ya no oigo más de la sangre de Cristo; no
oigo más mensajes sobre la
cruz, sobre el infierno, sobre la condenación, sobre el pecado que nos
lleva atados a la eterna
perdición o sobre el juicio de Dios. Es muy difícil encontrar un
predicador que hable del verdadero
evangelio porque es inconveniente a sus engañosos propósitos y lejos
de atraer al público, lo
ahuyenta.
Evidentemente estamos viviendo el tiempo en que las gentes “teniendo
comezón de oír, se
amontonarán maestros conforme a sus
concupiscencias y apartaran sus ojos de la verdad y se
volverán a las fábulas” Estos emisarios son los mismos que
aparecen en el capítulo 7 del sermón del monte donde Jesús dice:” muchos me
dirán en aquel día [muchos], Señor, hemos predicado en tu nombre;
hemos echado fuera demonios; hemos hecho milagros y hemos profetizado…”. Y
ya
sabemos cuál es la sentencia que Jesús les da a los tales en la
Palabra.
Después de 20 años de intentar relacionarnos con ellas, seguimos
viendo que tales iglesias que aún
predican un evangelio adulterado. No hemos conseguido demasiado sino
sólo el mero hecho de que hayan captado un lenguaje distinto o incorporado
algún estilo nuevo de operar. Sin embargo al
habernos abocado a esta tarea de “unidad fabricada” hemos obtenido el
estancamiento total de
este movimiento de renovación, del cual hoy sólo quedan rastros.
Es necesario atender a lo que debemos hacer, a lo que se nos confió a
nosotros. Debemos construir
una Iglesia libre de polvo y de paja y asentarla en un lugar elevado
como ciudad de Dios y como
Cuerpo de personas que aman a Dios. Eso fue lo que dijimos que
haríamos; así lo reiteramos, lo
cantamos, lo bailamos; pero no lo hicimos, porque algunos de nosotros
se extralimitaron con la
unidad y se entusiasmaron al exceso, fuera de contexto con Juan 17.
Yo nunca entendí ni estuve de acuerdo con ese entusiasmo por unir las
iglesias; pero nos
comenzamos a mezclar con las denominaciones pasando horas con ellos,
llegando a ser “la unidad”
el asunto más importante; cuando en realidad el tema fundamental era
el Reino de Dios y el
establecimiento de una Iglesia que imita a Cristo. Dios nos había dado
la unción y la luz para ese
trabajo. Con ese fin el Señor nos enseñó el camino y nos dio las
correcciones que debíamos hacer.
Nuestro trabajo no era oír solamente una doctrina y proclamarla
fielmente para que fuese
mareramente entendida, sino establecer la Iglesia misma
conforme a esa doctrina y buscar un
espacio libre para llevar a cabo esa acción sin influencias foráneas.
Es necesario entonces tener una mano sobre la espada ceñida a un
costado y con la otra mano
seguir edificando. Debemos estar totalmente abocados a lo que el
Espíritu Santo tiene como
fundamento; esto es, construir una Iglesia conforme al Reino de Dios,
conforme al llamado del
Evangelio del Reino; una Iglesia del último tiempo, santa, pura,
limpia, donde toda ella responde al
amor de Cristo, sigue la santidad del trono de Dios, obedece la
Palabra de Dios y es edificada sobre
ningún otro fundamento, excepto Cristo. La edificación de la Iglesia
es llevada a cabo por el Espíritu
Santo y el material con que se construye viene de Cristo mismo; ese
material santificado con su
sangre y ungido por el Espíritu, debe reconocerse y ponerse en un
lugar apartado de todo lo que es
falso, inútil, carnal y pecaminoso. Debemos hacer diferencia entre lo
santo y lo vil; entre lo que le
sirve a Dios y lo que no le sirve, siendo nuestra única regla de fe la
Palabra de Dios en su totalidad.
A las iglesias históricas les guardamos amor y nuestra respuesta a
ellas no es ni el odio ni el olvido.
Pero no podemos paralizar la obra que Dios nos ha encomendado para
unirnos con ellos, sino que
por el contrario, debemos hacer la obra encomendada por Dios a
nosotros por amor a ellos, ya que
la contribución más grande que podemos realizar para nuestros hermanos
de las denominaciones,
es la edificación de la Iglesia que nos toca a nosotros edificar. No
se trata de dar una doctrina, sino
de edificar una Iglesia conforme a la doctrina de Dios, la cual
el Señor nos reveló. Nuestro trabajo
para levantar esa Iglesia debe ser tan intenso y urgente que no habrá
tiempo para otra cosa.
Estaremos sirviendo a Dios, a nuestros hermanos y tendremos una
iglesia contundente e
inconfundible. No es la declaración de la verdad lo que
convence, sino la vivencia de la verdad; no es teorizar sobre conceptos
bíblicos lo que convence, sino el mostrar cómo esos conceptos bíblicos nos han
hecho bien, nos han formado y transformado y nos han constituido en un pueblo
santo de Dios.
Mucho se predica sobre “el pueblo de Dios”, pero no hemos formado el
pueblo de Dios realmente,
sino que las ovejas de la renovación están descarriadas, han sido
ofendidas y han salido en grandes
grupos de en medio nuestro, dejándonos pobres y con poca gente. Y la
culpa de todo esto es
nuestra, por no haber sido buenos edificadores.
¡No volveremos a eso! Vamos a edificar la Iglesia para la gloria de
Dios y para la bendición de las
iglesias. El hacer lo que Dios nos manda, será lo que les muestre con
todo amor cómo debemos
obedecer a Dios y cómo se edifica una Iglesia. Desde una posición de
enseñanza que no es teoría –
sino por una revelación de la presencia misma de lo que hemos
edificado, con la aprobación de Dios y siendo bendecidos y llenos del Espíritu
Santo – podremos bendecir a las iglesias y extenderles la mano mostrándoles en
hechos la realidad. Nuestra postura debe ser como la de una roca; como la de un
barco que no se hunde sino que navega firmemente o como la de una mano de una
persona, que estando firme sobre una roca, toma al náufrago que va a la deriva.
¿Cuántos se van a convertir? ¿Cuántos van a enderezar sus caminos?
¿Cuántas iglesias van a ser
reorientadas? No lo sabemos, pero sí sabemos que nuestra tarea es
edificar con el poder del Espíritu Santo lo que Cristo nos mandó a nosotros a
edificar: Su Iglesia Santa.
Establezcamos el fundamento; seleccionemos las piedras; pidamos
espacio al Espíritu Santo para
hacer la obra; volvámonos de nuestros caminos de error; reconozcamos
todos nuestros errores y
vengamos juntos a edificar la Iglesia, porque Dios nos constituyó
juntos y si juntos nos hemos
desviado, entonces juntos enderecémonos. Y si se ha mantenido hasta
aquí una amistad de más de
30 años entre algunos de nosotros, ¿Cuánta más será la potencia con
que nos asistirá el Señor si
retomamos juntos el camino? Pero ese retomar el camino debe ser con
esta clara y determinante
visión y orientación.
Me parece conveniente aclarar que cuando hablo de nuestra relación con
las iglesias evangélicas, no estoy hablando de las relaciones individuales que
un miembro pueda tener con otro, sino a evitar una relación corporativa más
comprometida, en forma oficial para realizar actividades con las denominaciones,
o incluso a hacer retiros, campamentos o encuentros juntos. Eso debemos dejarlo
de lado e intensificar la relación individual, donde tengamos libertad de
hablar personalmente con algún pastor o encontrarnos frecuentemente a solas de
a dos o tres, o en grupos pequeños con el objetivo de volcar nuestro corazón sobre
la revelación que hemos recibido del Señor, estudiando la Palabra juntos, al
mismo tiempo que los escuchamos a ellos.
Por ejemplo, en un par de días me voy a reunir desayunar con un pastor
pentecostal para hablar
seriamente de la Iglesia, de punto a punto. Nos vamos a abrir el uno
al otro para preguntarnos y
respondernos. Por mi parte voy a intentar convencerlo de la necesidad
absoluta de restaurar la
doctrina y enseñanza en la Iglesia.
Muchas veces somos invitados por distintos pastores a predicar en sus
congregaciones. Yo casi
siempre he tomado la decisión de no hacerlo para no interferir o
contradecir su autoridad. Más bien nos encontramos en privado con el pastor; ya
que nuestro entendimiento personal redunda en un beneficio congregacional, sin
que en el proceso se produzca una gran confusión que involucra al rebaño
Con todo lo que he dicho, expreso mi propio sentir a mis hermanos. De
aquí en adelante debemos
seguir el buen camino siendo acompañados por quienes quieran tomarlo
sin esperar que todos lo
tomen.
Que Dios nos ayude a quienes solo anhelamos que el nombre de Jesús sea
exaltado y que solo su
voluntad, y no el designio de los hombres, sea hecha. Que Dios asista
a quienes deseamos
apartarnos de toda confusión, de toda carnalidad y mundanalidad.
Cerremos las puertas de nuestras casas, dejando el mundo afuera y el Reino de
Dios adentro; echando fuera todo ídolo, toda corrupción; sacando fuera todo
espíritu de maldad, de mundanalidad, de liviandad, de inmoralidad, de lascivia,
de entretenimiento vano, vil y mundano, para que así nuestros hogares sean
puros instrumentos en las manos de Dios. Seamos nosotros, los pastores, los
primeros en hacerlo.
Cuando Josías limpió a Israel, la limpieza fue total. Destruyó todo lo
que Salomón había hecho, todas las abominaciones que los reyes de Israel habían
hecho y una vez que finalizó su limpieza, se
sentaron a celebrar la Pascua. Tal fue la bendición de esa Pascua que
el Señor dice así de ella:
“Nunca fue celebrada una Pascua como esta
en Israel, desde los días de Samuel el profeta, y ningún
rey de Israel celebró Pascua tal como la
que celebró el rey Josías, con los sacerdotes y Levitas y todo
Judá e Israel, los que hallaron ahí
juntamente con los moradores de Jerusalén”
Dios quiere anticiparnos a la Cena celestial celebrando una cena
terrenal con la Iglesia restaurada.
Yo sé que Dios va a usar al diablo más que a nadie para santificar su
Iglesia, porque los días que
vienen son de una corrupción total, como nunca antes ha habido en la
tierra; y sólo habrá dos
posibilidades: O total santidad o total corrupción. El color gris
habrá sido barrido de en medio. El
diablo está haciendo su máxima obra con la máxima libertad, porque es
el día cuando el Hijo tiene la máxima libertad. El diablo está trabajando con
toda su furia, porque el Hijo de Dios está en pie
obrando con todo su poder ¿Quién va a vencer? Están los dos allí, el
gigante por un lado, la serpiente antigua, Satanás y por el otro lado La Vid,
que es símbolo de Cristo mismo. Se van a medir el uno y el otro, pero ya
sabemos lo que va a suceder: la piedra que salió de la honda de Jesús va a
quedarse hincada en la frente del gigante; y el paladín del diablo y todas las
obras de Satanás van a sucumbir y Dios va a triunfar. ¡Jesús va a triunfar y
levantará su cabeza ante todas las naciones y ante el universo entero para
mostrar que Él es el Vencedor!.
¡Esta es la hora hermanos! Levantémonos para edificar.
Amén.
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