martes, 7 de agosto de 2012

“Si Se Convirtieren De Sus Malos Caminos” Ivan Baker


“Si Se Convirtieren De Sus Malos Caminos”
Meditación de Ivan M. Baker 30/10/99
(Transcripción del audio “Hagamos la Lista”)




Son las 6:38 de la mañana y la inquietud de mi espíritu me despierta después del tiempo de
reunión que tuvimos anoche con Alex, Hugo y otros hermanos, donde volvimos a reiterar el
llamado de Dios en esta hora. Esto Dios lo registró en 2 Crónicas 7:14, en donde hay cuatro
cosas que creo que nos dice en cuanto a la Renovación:
"si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, si oran y buscan mi
rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos,
perdonaré sus pecados y sanaré su tierra." (2º Crónicas 7.14, RVA)
“El señor se ha apartado de su pueblo por EL PECADO”. Anoche avivamos las palabras del
Señor en nuestro espíritu como algo urgente, indispensable. No las podemos soslayar,
esquivar, las tenemos que enfrentar. Y enfrentar con todo nuestro corazón, con todas
nuestras fuerzas, con toda nuestra alma.
Es importante descubrir como este pensamiento viene de parte de Dios a nosotros, el de
apartarnos de nuestros malos caminos, ya que es posible que pensemos que NO TENEMOS
MALOS CAMINOS. Es posible que pensemos que andamos bien cuando andamos mal. Es
posible que nuestra vista no alcance a entender el llamado del Señor y la santidad. Quizá no
entendemos la cruz, quizá no entendemos el yugo de Cristo. Quizá no entendemos que
debemos apartarnos de toda contaminación de carne y espíritu. Quizá nunca llegó a nuestro
corazón el hecho de que Cristo se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Quizá nunca nos ha
amanecido que la conversión es santificación, consagración.
En las nuevas corrientes llamadas cristianas pareciera que la santificación es una opción,
donde yo puedo optar por ser santo y puedo optar por ser menos santo. Y este es el gran
error de las así llamadas denominaciones cristianas de hoy, que no entienden que la
consagración es parte de la conversión, que la conversión es consagración y si no hay
consagración no hay conversión.
Esto es muy importante entenderlo porque la única tierra que va a llevar fruto para Dios, los
únicos discípulos que van a ser aceptos al Señor, son los que limpiaron sus vidas de toda
piedra, de toda maleza y espina, y han cultivado su tierra en el temor de Dios.
El justo que ha hecho todo esto y lo entiende, con dificultad se salva. ¿Cómo “con
dificultad”? ¿No es amplia la salvación? Sí, pero el justo se salva orando, se salva velando, se
salva consagrándose continuamente, apartándose completamente de toda contaminación
de carne y espíritu, apartándose del mundo, no permitiendo que las delicias del mundo, los
deleites del mundo, los sueños del mundo, los objetivos del mundo, los dictámenes del
mundo, el criterio del mundo, ni roce su corazón ni llegue cerca de su mente, porque ha
sido santificado, ha sido lavado, ha sido trasladado del reino de las tinieblas al reino del
amado Hijo de Dios.
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Por lo tanto la consagración es indispensable, no un mero fruto de la vida cristiana. Es la
base de la vida cristiana, es el fundamento sobre el cual Dios desarrolla nuestras vidas y
cuando hemos entendido esto, estamos en la vid legítimamente y no seremos cortados sino
limpiados. La comprensión mínima de esto dará lugar al crecimiento y esto a su vez dará
lugar a mayor santidad, y mayor santidad dará lugar a una vida que es formada a la imagen
de Cristo.
Esto es retratado en Hebreos, al final del capítulo 5 y comienzo del capítulo 6. Aquí vemos
que Dios no admite en la iglesia a uno que siendo niño se mantiene siendo niño. Muy fuerte
viene la amonestación de Dios sobre los que se mantienen en infancia espiritual, sobre los
que son cumplidores de eventos, de reuniones en las cuales se gozan levantando la mano y
haciendo ademanes de adoración y alabanza, no entendiendo ni siquiera el principio de la
adoración y la alabanza, con el mundo en sus corazones, con deseo de que termine pronto
el sermón porque quieren irse a casa, quieren encender el televisor, quieren ocuparse de lo
que más les interesa, tienen otros intereses y no el reino de Dios, y pasa el tiempo y Dios
tiene misericordia pero no crecen, Dios sigue esperando pero no crecen, no sacan las
piedras, no se santifican para ser siervos de Dios. No entendieron el llamado de Cristo.
"Pero las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de
Cristo. Y aun más: Considero como pérdida todas las cosas, en comparación con lo
incomparable que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido
todo y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo" (Filipenses 3:7-8 RVA)
Pablo aquí no dice “algunas cosas” sino”todas las cosas”. Muchos no entienden que este
llamado del Señor es el único y normal; no es el llamado a un apóstol, es el llamado que
Dios hace a todo hombre con el fin de seguir a Cristo para ser salvo, para ser participante
de las glorias celestiales, para ser un hijo de Dios, para ser un redimido por la sangre del
Hijo de Dios.
En Romanos 6:22 Pablo dice “Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos
siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Es decir,
la santificación es el fruto de haber sido libertados del pecado. Y bien vale la pregunta: ¿Y, si
no hay fruto que puedo esperar? Cristo dice en Juan 15:2 que todo pámpano que en El no
lleva fruto el Padre lo quitará. En Lucas 3:9 dice "También el hacha ya está puesta a la raíz
de los árboles. Por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego."
¿A qué fruto se refiere? ‐ La santificación. ¿Qué es la santificación? ‐El apartarse, el no tocar
lo inmundo, el correr a los brazos del Señor, el ser contenidos en la mente y el espíritu de
Cristo y no más en la mente de la carne. Santificación es tener un corazón nuevo y un
espíritu nuevo; es haber sido despojados del corazón de piedra y recibido de Dios uno
nuevo de carne. El corazón de piedra es el que corre detrás del mundo; el corazón de carne
es el que es sensible a la presencia de Dios, se santifica en la presencia de Dios, crece en la
gracia y en el conocimiento del Señor, crece en la separación con el mundo, crece en la
anulación de sus propios criterios para aceptar los criterios de Dios.
Santificación es tener una vida no mezclada, no contaminada. Es Cristo nuestra esperanza
de gloria y “ya no vivo yo si no Cristo vive en mi”. Esto no es una sugerencia si no una
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condición. Y el justo tiene dificultad y solo gana la batalla orando, confesando, procurando
ayuda, limpiándose continuamente, lavándose en la palabra, limpiando su conciencia de
malas obras, creciendo en la obra del Señor, siempre creciendo en la santidad, creciendo
en la comunión con Dios.
Esta es la única forma en que tenemos seguridad de salvación. No hay otra forma, no hay
otro camino, no hay otra propuesta. Las condiciones las pone Dios y esto es muy
importante. Yo no hago un pacto unilateral, sino que acepto la condición del Reino de Dios,
de renunciar a mi mismo para aceptar la mente de Cristo, de recibir el espíritu de Cristo y la
vida de Cristo en mí. “Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mi”. Este es un principio
fundamental para ser aceptado.
Si alguno persigue otros intereses aparte de los del Señor, si alguien posee aspiraciones muy
fuertes que contradicen la vida espiritual, no ha muerto realmente, no se ha ofrecido como
sacrificio vivo, no se ha presentado a Dios como ofrenda. Y si los que efectivamente se
presentaron como ofrenda y santificaron sus vidas y viven continuamente velando y orando
y buscando la santidad, con dificultad se salvan, ¿dónde aparecerá el impío y el pecador? (1
Ped 4:18) ¿Adónde irá a parar el que voluntariamente se inclina hacia el mundo, el que
pretende hacer más ancha la puerta angosta porque tiene apetitos carnales, porque Cristo
no es su gloria, Cristo no es su motivo único, porque su vida no es Cristo?
Un poco de Cristo y mucho de mí mismo; un poco de Su voluntad y mucho de la mía; un
poco de santidad y mucho de mundo y carne. Mente carnal, palabras carnales, conceptos
carnales, decisiones carnales, oprobio y engaño. ¡Convirtámonos de nuestros malos
caminos!
Esto que estamos diciendo no es para darlo desde el púlpito. No es la predicación de la
santidad lo que va a convencer a la iglesia, sino la levadura de santidad leudará toda la
masa. No necesitamos más sermones sobre la santidad. Necesitamos que se levante un
pueblo pequeño, (no pensemos que va a ser muy grande), pero en algún lugar se van a unir
dos, en algún lugar van a haber dos o tres que le entiendan al Señor; en algún lugar se va a
producir la maravilla de la vida, el resurgimiento del Reino de Dios, en algún rincón cuatro o
cinco se van a juntar para orar. No para imponer a Dios sus planes y propósitos sino para
buscar a Dios y para entregarse a los propósitos y planes del Señor.
Vidas sensibles a la palabra de Dios y al Espíritu Santo. Vidas que arden para ver la iglesia
limpia. Arden para ver a Dios glorificado. Arden para que la palabra vuelva a ser la única
regla de fe. Hombres que se ponen sin programas, sin apetitos personales a buscar a Dios y
a entregarse a Dios, a vivir en la presencia de Dios, a conocer a Dios, a desear
profundamente sus palabras y sus dichos. Conocer su santidad, conocer su grandeza, su
amor infinito.
Su paciencia es para que seamos santos y sin mancha delante de Dios. Su paciencia infinita y
grandiosa es para los que de corazón resuelto limpian su camino. Entonces busquémonos
unos a otros para orar juntos, para entregarnos a Dios como instrumentos no solitarios,
sino juntos, pongámonos de acuerdo para orar. Los que esto desean, escudriñan la palabra,
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no dan por sentada ninguna cosa, revisan todo de nuevo y cada día encienden las lámparas
ya que sin santidad nadie verá al Señor (Heb. 12:14).
Ser usados por Dios como una pequeña minoría, como una pequeña piedrita, una pequeña
porción de levadura, un grano de mostaza que tiene vida, la semilla más pequeña pero
adentro hay un árbol, hay vida, toda ella es una semilla de mostaza, no está contaminada no
está rota, está entera, lista para caer en tierra y morir. Los que quieren ser usados por Dios
tienen que morir: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo pero si muere
lleva mucho fruto” y esa pequeña lucecita va a empezar a alumbrar en el lugar oscuro de la
noche de la iglesia y del mundo.
La luz va a ser clara. No va a surgir un movimiento de hombres sino de Dios. No va a venir de
la opulencia de una atracción mundana, de reuniones magistrales, sino que habrá un
aposento alto en el que los hermanos oran y se identifican con el crucificado, con el
despreciado, sabiendo que ellos también son despreciados y parte de la cruz, de la sangre,
del rechazo del mundo. El mundo los odia y en cualquier momento llaman a la puerta los
soldados romanos para llevar a los discípulos al patíbulo. Había un vínculo extraordinario
entre esos hombres que los unía. No solamente era la fe de Cristo, apabullados por los
acontecimientos que no podían todavía entender, porque en sus mentes no habían
comprendido hasta más tarde, cual era el camino del Señor. No entendían bien el porqué de
la cruz, el porqué de la muerte, de la resurrección y de la ascensión a los cielos. Todo esto
los había sorprendido porque pensaban que el Señor estaría por un tiempo prolongado con
ellos. Ahora debían esperar al Espíritu Santo. Y así como cayó sobre ellos, cae sobre los dos
o tres que se juntan para hacer esta obra. Dios no negará su Espíritu a los que quieren
consagrarse a El y vivir conforme a su voluntad. Dios va a tornar su rostro hacia los que
quieren santidad, los que quieren poner su vida en sacrificio, como olor grato a El, para que
la salvación nos venga en plenitud, para que nosotros también presentemos nuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.
Necesitamos una atmósfera espiritual que nos ayude, un espíritu divino que nos guíe,
necesitamos ser entregados totalmente al Señor, necesitamos poner el reino de Dios
primero en nuestra vida antes que ninguna otra cosa, antes que esposo, esposa, hijo o hija,
volver a las condiciones, volver al evangelio verdadero, volver al llamado del Señor.
• Lucas 14:25‐33
• Marcos 8:34‐35
• Hebreos 10:26
• Hebreos 5:11‐14
• Hebreos 6:1‐8
• Juan 15:1‐12
• Romanos 11:22‐23
• Filipenses 3:7‐16
Necesitamos identificarnos con quienes somos. Necesitamos un lugar donde orar,
necesitamos una consigna, unirnos para la gloria de Dios. Todos los pastores debieran estar
en esa oración, ¿Quién nos convoca? ¿Quién convoca a esta oración? ‐Dios. ¿Cuántos
enemigos habrá que levante el diablo contra este incentivo, esta decisión? Habrá muchos
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adversarios entre hombres y demonios, pero los que estamos en acuerdo, unidos en espíritu
para ejecutarlo, tenemos que tener fuerzas para saber que vienen enemigos como un río
pero en Dios levantaremos bandera. A los primeros que habría que convocar es a los
pastores. Los pastores deben entender la urgencia del momento, la desesperada necesidad
de esto; deben salir de sus programas para meterse de lleno en la oración intercesora,
consagrando sus vidas de nuevo, reorientándose en Dios, bebiendo de nuevo hasta lo
profundo la palabra del Señor; caducando en todo plan, todo arreglo, todo programa y
metiéndose detrás de la oración y del Espíritu Santo; consagrándose enteramente a buscar a
Dios en esta hora y a recibir revelación de Dios, confirmación de Dios, fuerza de Dios, unción
del Espíritu, claridad, luz, lámpara, aceite, mecha despabilada, ojos abiertos de vírgenes
prudentes. A no ser que esto sea el incentivo de hoy, la pasión de hoy, el programa de hoy,
la meta de hoy, será difícil entonces que haya esperanza para este mover.
Una vez con Jorge estuvimos tratando de encender un fuego con leña húmeda y mojada.
Estuvimos trabajando con más o menos unos siete hermanos hasta que todos ellos
abandonaron la posibilidad y se fueron. Pero Jorge y yo nos quedamos ahí, todavía
encendiendo fósforos, a pesar de que ya nos quedaban solo unos pocos. Llegó un momento
en el que ya había empecinamiento de parte nuestra. Ya no nos movíamos hasta que el
fuego se encendiera. Había una especie de terquedad. Decíamos “no puede ser que nos
gane la humedad. ¡Vamos encender este fuego!”. Yo al principio estaba flojo, me quedé
porque Jorge se quedó, pero después pensé en animarme y de repente, la primer llamita
que salió de un tallo, de una ramita muy pequeña, de muy poco diámetro, apenas quizá
unos tres milímetros, que se secó de tantos fósforos que habíamos encendido. Así salió la
primera llama, de más o menos cinco centímetros de altura, insignificante. Pero arrimamos
una o dos ramitas y enseguida cedieron a ella. Y cuando tuvimos una llama de unos veinte
centímetros comenzamos a agregar madera más gruesa y más gruesa hasta que al final
teníamos un fuego que rugía tanto que había que apartarse a tres metros porque era mucho
el calor. Pusimos troncos, troncos grandes, y logramos un fuego que atraía la atención de
todos por la luz y el calor que de él salían. De la nada a la superabundancia de luz y de
fuego.
Nunca nos vamos a olvidar de aquel acontecimiento, de esa lección que Dios nos mostró.
Una lección que viene bien para hoy. ¿Dónde está la ramita? ¿Dónde está la otra ramita que
se va a unir a esta? ¿Dónde están los fósforos? ¿Dónde está la intención que no declina
frente a los problemas? ¿Dónde está la insistencia? ¿Quiénes van a prevalecer en esta hora?
¿Quiénes van a luchar hasta que el fuego arda? ¿Quiénes van a poner sus vidas
exclusivamente a los pies de Jesús para lo que El quiere, para que su Espíritu lo haga con el
fin de que El sea glorificado y todo sea para El? ¿Quiénes van a a hacer esto?
Siempre estamos mezclándonos un poquito con alguna cosa nuestra, con una gloria nuestra.
Aquí se trata de la gloria del Señor y no la nuestra. Se trata de obedecer lo que Dios quiere
para que legítimamente arda la hoguera de Dios, se encienda el candil divino y las lámparas
de las vírgenes prudentes sean encendidas. Que haya abundancia de aceite, los ojos estén
abiertos y la iglesia esté preparada para la venida próxima del Señor.
Levantémonos para edificar, hagamos la lista, unámonos en oración, hagamos arder el
fuego de Dios. Dios está con nosotros. ¡A El sea la Gloria!. Esto requiere de nosotros un
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compromiso férreo con la oración prevaleciente de los santos por la marcha del Reino de
Dios, por la santificación de la Iglesia. Un clamor constante por luz para guiar los pasos de
los santos. Y nuestra oración no debe ser para que un grupo selecto, se levante sino para
que Dios bendiga a todo su pueblo, a toda su obra.
Si leemos bien la palabra, vemos que es el Señor quien edifica su iglesia en la última hora y
debemos tener confianza que el cumplirá lo que prometió. “Yo edificaré mi Iglesia y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. ¡NO PREVALECERÁN! La victoria es de
Cristo, la victoria es nuestra en el Señor. Dios quiera que se inicie un pequeño grupo con
fuego espiritual que encienda muchos grupos de oración, no con el particular deseo de que
se cumpla nuestra voluntad como nosotros la vemos sino que se busque de todo corazón la
soberana voluntad de Dios. No pensando en una circunstancia determinada que nos
interesa a nosotros, sino la gran circunstancia de la necesidad de que el pueblo de Dios se
encienda hoy con el poder del Espíritu y con el esclarecimiento meridiano de la palabra.
Que este grupo esté emancipado de todo sectarismo. A veces, los grupos de oración son
grupos de guerra propia; son grupos para cumplir el mezquino propósito de alguna persona
o varias personas, o de un grupo determinado. Oremos para que Dios nos convoque.
Oremos para que Dios dé la dimensión, oremos para encender toda la casa de Dios con la
oración. Oremos para que se cumpla el propósito de Dios. Lo que buscaremos sobre todas
las cosas será su voluntad, la guía de su Espíritu, la amplitud de su Espíritu, la profundidad
de su Espíritu. Conocer a Dios y encender la iglesia. Si bien seremos responsables de la parte
que está en nuestras manos, sin embargo nunca dejaremos de desear la bendición de todos
los santos. Y el que se arrima a Dios, encontrará un Dios que ve toda la iglesia. El mira desde
su trono alto y sublime a todos los santos.
Cuando El dice: “¿Quién irá por nosotros, a quién enviaré”? Es Dios buscando obreros para
su obra, para su Reino y su gloria. ¿Qué extensión tiene eso? –Toda la que Dios quiera darle.
Si bien es verdad que Dios generalmente trabaja en pequeños grupos, pero ahí solo
empieza. El propósito es llenar la iglesia, toda la iglesia, avivar su pueblo, bendecir su reino
sobre la tierra, santificar su iglesia, el cuerpo de Cristo, que no tiene barreras,
denominaciones, ni paredes, es lo que está en el corazón de nuestro Padre. Debo decir, si
bien es verdad que quizás a través de su mediación Dios bendiga una parte, pero tu oración
será para el todo, para los santos redimidos de Dios en todo lugar.
Pongámonos a trabajar. No sabemos qué hacer, pero deseo que a los que oímos esta
palabra nos pase lo que le pasó a los judíos, en el tiempo cuando hablaba Malaquías al
pueblo (Mal 3:16). Muchos no oyeron, pero algunos que temían a Jehová, hablaron cada
uno con su compañero. Usando esta misma palabra, y entendiendo el corazón de Dios, los
que tememos al Señor debemos hablar cada uno con nuestro compañero a fin de orar y
ponernos de acuerdo para clamar por el pueblo de Dios.
Nos toca particularmente este mover del Espíritu que Dios comenzó años atrás. Nos separó,
pero para formarnos, para santificarnos, para darnos las lecciones que El necesitaba dar, y
una vez preparados, una vez santificados e iluminados enviarnos como un fermento santo
entre las denominaciones, a las corrientes cristianas del mundo para avivar a todo su
pueblo. Oremos para esto. Particularmente nos toca en responsabilidad personal a cada uno
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de nosotros este mover del Espíritu. Y aunque abarcaremos en nuestras oraciones todo,
estaremos también atentos a cualquier indicación que El nos dé en cuanto a este mover de
Dios en el cual estamos comprometidos. ¿Amén? Hagámoslo en fe, en obediencia, con
constancia, CON CONSTANCIA. No como quien se miró al espejo y después se fue y se
olvidó. Sino que la actitud que nos asista sea la de permanecer, la de prevalecer. Dios
necesita la oración que prevalece. Hay fe de que Dios está oyendo, hay fe de que Dios va a
responder conforme a sus promesas y esa fe nos lleva a confiar y a prevalecer en oración.
Escuchemos la amonestación de Santiago 1:6, “pero pida con fe, no dudando nada, porque
el que duda es semejante a la onda del mar que es arrastrada por el viento y echada de una
parte a otra. No piense, pues, quien tal haga que recibirá cosa alguna del Señor”. La primera
seguridad que tenemos es que esto está instruido por el Espíritu Santo. Dios manda que
oremos. Si oramos conforme a su voluntad, sabemos que tenemos la petición que le
hubiéramos pedido, y que si siendo nosotros malos damos buenas dadivas a nuestros hijos,
cuánto más nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo, dará buenas cosas, dará triunfos,
dará frutos espirituales y responderá a la oración de los que se lo piden. Y si pedimos algo
conforme a su voluntad, dice la palabra que El nos oye. Y si nos oye, sabemos que tenemos
las peticiones que hicimos. ¡Dios lo hará!
Nunca vino en la historia una santificación de la Iglesia sin oración. El pivote de todo
movimiento espiritual de la iglesia a través de todos sus siclos, fue la oración. Siempre hubo
en la base de todo movimiento algunos que se reunieron para orar. Quizá fue uno que
oraba, y luego otros se unieron, pero había oración prevaleciente. Oración que santificaba a
los que oraban. Y a medida que oraban, iban aprendiendo de Dios y tomando fuerza en el
Espíritu y siendo bendecidos, transformados, fortalecidos, hasta que la llama ardió y el
Espíritu Santo vino con su preciosísima obra avivando a la iglesia, santificando a los santos.
Y miles y miles se convertían como resultado de esto. Siempre todo comienza cuando uno o
dos determinan unirse para orar.
El movimiento en Casanova (1962‐1965) comenzó de esta mismísima manera. Ayuno y
oración eran las condiciones fundamentales para la convocación. El día viernes era día de
ayuno y oración y en la oración estábamos diciéndole al Señor “Sin Ti nada podemos hacer”.
¿Qué hizo Dios? –Respondió con fuego celestial, con bendición de muchos corazones, con la
apertura de la palabra y la revelación de cosas que nunca habíamos entendido. ¡Oh! ¡Qué
bendición! Necesitamos renovar esos tiempos de oración, ese clamor en la presencia de
Dios. ¡Hagámoslo! Seamos persistentes, perseverantes. Hagámoslo con fe, sin dudar.
Ciertamente no será en vano buscar al Señor. Dios nos va a responder mucho más
abundantemente de lo que pedimos y entendemos. ¡A El sea gloria en la iglesia por los
siglos de los siglos en todas las edades! ¡Amén!


Extraído del link :

http://haciendodiscipulos.com.ar/escritos/imb/Hagamos%20la%20Lista.pdf