¿Qué Hemos Hecho con el Espíritu Santo?,
(Traducción y transcripción adaptada de un mensaje
dado por Marcos de Moraes, de una serie de mensajes en un Retiro de pastores y
líderes, en Porto Alegre, junio de 2010.)
Introducción
En estos
días hemos procurado hablar sobre lo que recibimos en el principio, hace 30 o
35 años atrás, atentos a aquellas cosas que Dios desea que revisemos. Mirando
las cosas que entendemos y practicamos, hemos visto cómo los paradigmas
dificultan mucho este caminar. Debemos estar atentos para tener una mente libre
de paradigmas.
El asunto
que Dios me indica para esta mañana, es un tema que yo no quería hablar. Yo
decía: “Dios, no me mandes hablar de esto”. Pero tengo que hacerlo. Tengo 6
páginas aquí y voy a explicar por qué. El tema que tengo que hablar es con
referencia a qué hemos hecho con el Espíritu Santo de Dios. Algunos de los
puntos que mencionaré son fruto de las conversaciones con mis compañeros en los
últimos años.
Vamos a
tratar este asunto porque creo que está lleno de paradigmas. Lo quiero hacer
con mucho cuidado, y con la paz de que estoy en medio de los hermanos. Lo que
voy a decir no es con respecto a tal o cual ministerio, a esta u otra ciudad,
sino que estoy hablando de cosas que noto en todos lados.
Voy a abordar
tres puntos, y quiero en cada punto dejar primero bien claro lo que no estoy
diciendo, para luego poder decir lo que sí quiero decir.
Estos tres
puntos son tres equivocaciones muy visibles en nuestro medio con relación al
Espíritu Santo. Estos tres errores estorban y limitan la obra del Espíritu
Santo.
1º) Cuál es el lugar que el Espíritu Santo tiene
en la Iglesia. Cuál es el alcance de su ministerio
Lo que no
estoy diciendo:
- que
no creo en milagros;
- que
no debemos buscar los dones del Espíritu;
- que
no es necesaria la unción del Espíritu;
- que
el Espíritu Santo es una cuestión secundaria.
No es esto
lo que pienso, lo que creo o lo que quiero afirmar.
Un hermano
considerado como apóstol en Brasil, estaba dando apoyo a unos hermanos de
EE.UU. Él quería que estos hermanos se
vincularan con él. Pero no fue así. Después de un tiempo, estos hermanos
pidieron relacionarse con nosotros. Entonces este hermano fue allá a hablar con
los presbíteros, y les dijo: “La Iglesia de Uds. necesita la cobertura de dos
ministerios”. Luego les dijo el por qué: “Ellos tienen la Palabra, y nosotros
tenemos la unción del Espíritu”, refiriéndose a nuestro ministerio y al suyo
respectivamente. Les aclaró diciendo: “Si Uds. reciben solo a estos hermanos,
van a tener la Palabra pero se van a quedar sin la unción del Espíritu”.
Cuando yo
me enteré, me quedé pensando: “¿Qué visión es esa? ¿Es posible estar lleno de
la Palabra sin la unción del Espíritu?”. Enfáticamente, no. Hablan así porque
piensan que la unción es otra cosa, totalmente separada de la Palabra. Esto es
un grave error.
¿Cómo
pueden decir que no tenemos la unción, siendo que hablo en lenguas todos los
días, y hace años recibí una sanidad por el don de fe que actúa en mí? ¿Cómo
pueden decir esto, siendo que hemos multiplicado discípulos en los 5
continentes? ¿Con qué poder lo hacemos? No piensen por favor que me estoy
defendiendo a mí o a mis compañeros. Yo solo quiero defender la verdad, y
quiero defender aquellas cosas que entiendo que tengo que decir. El primer
error serio que yo veo es en relación al alcance de la actuación del Espíritu
Santo en la Iglesia.
Si
conseguís un libro sobre el Espíritu Santo, seguramente va a hablar de milagros
y de cosas sobrenaturales. Sucede que al hablar del Espíritu Santo se enfatizan
los dones, los milagros y las cosas sobrenaturales, cosas visibles a los ojos.
Con este
énfasis, hemos convertido al Espíritu Santo en un fabricante de espectáculos,
debilitando la comprensión de su inmensa importancia. Con este énfasis, hacemos
del Espíritu Santo un refugio para aquellos que aman lo sobrenatural, pero
esquivan el andar en obediencia, humildad y sujeción al Cuerpo de Cristo.
Esto
sucede a causa de tener paradigmas errados. Creer que cada vez que interviene
el Espíritu Santo debe haber milagros y cosas sobrenaturales, es un error.
¿Cuál es
la verdad acerca del Espíritu Santo? Es muy simple. Todas, absolutamente todas
las cosas en la Iglesia son realizadas por el Espíritu Santo. Él está presente
en todas las dimensiones de nuestra vida personal y de nuestra vida como
Iglesia.
El
Espíritu Santo es el agente de la Trinidad. El Padre determina, el Padre quiere
exaltar al Hijo, pero el Espíritu Santo es el que “se arremanga” y lo viene
a hacer. Jesús estuvo en la Tierra
durante 33 años, pero el Espíritu Santo hace más de 2.000 años que se encuentra
obrando en la Tierra. El Espíritu Santo está con nosotros, en nosotros, sobre
nosotros.
El
Espíritu Santo es nuestro Maestro, es quien nos enseña las palabras de Cristo.
Es el que nos trae vida, porque es el que aplica la palabra de Cristo a nuestro
corazón.
El Espíritu Santo es el que nos consuela.
Todos hemos recibido consolación del Espíritu en medio de pruebas, problemas,
flaquezas, frustraciones, incomprensiones, calumnias, desánimos, depresiones.
En todas estas cosas somos más que vencedores porque el Espíritu Santo nos ha
consolado. Si no fuera por el Espíritu Santo, ya hubiéramos desistido de este
Camino hace mucho tiempo.
Es más: el
Espíritu Santo es el que unge nuestros ojos, es el que nos da el conocimiento
de Dios. Pablo oraba pidiendo espíritu de revelación. ¿Qué es esto? ¿Es un
espíritu llamado Revelación? No, es la obra de revelación que realiza el
Espíritu Santo. Jesús nos es revelado por el Espíritu Santo. Participamos de
Cristo aunque no le vemos, por la obra del Espíritu: ¿Alguien sabe la altura de
Jesús? ¿Cómo es su nariz? ¿Cómo puede ser que vivamos todos los días con una
persona que nunca hemos visto? Esto sucede porque el Espíritu Santo hace que
Jesús sea la cosa más real de nuestra vida. Debemos proclamar: “El Espíritu
Santo está en mí, y me muestra a mi Señor todos los días”.
El
Espíritu Santo es el mejor regalo, el mejor tesoro que podemos haber recibido.
Por eso no tengo envidia de Abraham o de Moisés. Tengo lástima de ellos, pues
ellos no lo tuvieron.
El
Espíritu Santo no solo nos revela a Cristo, sino que trae a Cristo para que
more dentro de nosotros. Cristo vive en nosotros. ¿Cómo es esto, si Él está
sentado a la diestra del Padre? Por el Espíritu Santo, que trae al Padre y al
Hijo para que habiten en nosotros.
Dijo Jesús
a los discípulos: “El Espíritu Santo está con vosotros, y estará en vosotros”.
¿Cómo dice “está con vosotros”? Ellos no lo habían percibido, pero el Espíritu
Santo había habitado con ellos durante tres años, porque el Espíritu estaba en
Jesús. Al estar con Jesús, estaban con el Espíritu Santo. Cada vez que veían a
Jesús, estaban en contacto con el Espíritu Santo. Dicen las Escrituras: “Cómo
Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder, y cómo anduvo
haciendo bienes”. Jesús nos dice que eso mismo sucederá con nosotros, pues el
Espíritu estará en nosotros. También dijo: “No los voy a dejar solos, les
enviaré el Consolador”. Cuando ellos entendieron esto, quedaron pasmados. Juan
en su carta dice: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros, al enviar
su Hijo al mundo, para que nosotros vivamos por medio de Él” ¿Cómo podemos
vivir nosotros por medio de Jesús? Por el Espíritu Santo que habita en
nosotros.
El alcance
de la obra del Espíritu Santo es aún mayor. Es solo andando en el Espíritu que
vamos a vencer las concupiscencias de la carne. Esto es más importante que los
milagros. Entonces, ¿por qué toda vez que leemos un libro acerca del Espíritu
Santo habla de dones y milagros? Debemos enfatizar el llamado a andar en el
Espíritu para no satisfacer los deseos de la carne.
El
Espíritu Santo hace más todavía: trae la presencia de Cristo a nuestro medio.
Cuando nos unimos, Cristo está en medio nuestro, y eso es una obra del Espíritu
Santo.
Es el que manifiesta los dones; más aún, es el que
nos ayuda a orar, porque ni eso sabemos.
Para ser
testigos, necesitamos al Espíritu Santo. Muchos apilan libros que hablan del
poder sobrenatural del Espíritu Santo, pero no los veo hacer discípulos. ¿Qué
está sucediendo? ¿Qué cosa rara es esta?
Pero no
termina ahí. Si el Espíritu Santo solamente te da poder para que te pares
delante de una persona y hables, no va a pasar nada, nadie se va a convertir.
También tiene que ir y convencer al sujeto de que lo que vos le estás diciendo
es verdad. Él tiene que hacer todo.
No podemos
imaginar ni una circunstancia en la Iglesia donde el Espíritu Santo no sea el
agente poderoso y amoroso que hace las cosas.
Sin embargo, Él no quiere que pongamos la
atención sobre sí. El Espíritu Santo no quiere destacarse. Su tarea, su
función, es revelar a Jesús. El Espíritu Santo no quiere que pongamos nuestros
ojos en Él, sino en Jesús. No hay ni un
versículo en toda la Biblia que nos induzca a poner nuestros ojos en el
Espíritu Santo. No obstante, hay libros dando vueltas por ahí, que están
estableciendo paradigmas al respecto.
Ni
siquiera en el Padre debemos poner los ojos. Al ver al Hijo, vemos al Padre. El
Padre es igual al Hijo. Debemos mirar a Jesús. ¿Por qué invertir la orden de
Dios? ¿Cuál es el sentido? ¿Cuál es la razón para hacer osadas aseveraciones
que no están escritas en la Palabra de Dios? Hay muchos que hablan del Espíritu
y de la Unción, pero nunca apuntan a Cristo. Son pobres al anunciar a Jesús. Yo
me pregunto: ¿Para qué sirve esta unción?
Una unción
que no está a disposición de la gloria de Cristo Jesús, no es unción.
Esto es lo que yo veo en las Escrituras.
Debemos
convencernos: cuanto más nos definamos y decidamos a poner nuestros ojos en
Cristo, más el Espíritu Santo va a operar en nuestras vidas.
Esto es
así porque lo que más quiere el Espíritu Santo es llevarnos a amar a Cristo. Es
su función principal. En el A.T. hay una analogía de lo que estamos hablando.
En Gén. 24 relata que Abraham quiere una novia para Isaac. Abraham es aquí un
tipo del Padre. Isaac es un tipo del Hijo. Rebeca es un tipo de la Iglesia.
¿Está cerrado el cuadro? No, falta el Espíritu Santo, que está representado por
Eliezer, el siervo, el cual lleva tesoros para la familia de Rebeca, para
conquistarla a ella y a los padres también. Lo hace para mostrar las riquezas
de Isaac. Vemos aquí el servicio de Eliezer. Es una figura de la obra del
Espíritu al servicio de la revelación de Jesús.
¡La
Trinidad es maravillosa! Jesús se humilló y luego fue exaltado. El Espíritu
Santo no se despojó, pero está obrando para exaltar a Cristo. Entre ellos no
hay competencia. No hay disputas en el seno de la Trinidad. Cada uno cumple su
función feliz, en plenitud, en gozo.
2º) Fórmulas que eliminan la dependencia del
Espíritu.
Veamos primero lo que no estoy diciendo:
- no digo que Dios no dio a la Iglesia autoridad
sobre las enfermedades, los espíritus malignos, etc.
- no estoy diciendo que no debemos, o que no
podemos, ordenar a las enfermedades que salgan de las personas.
- no digo que la oración no deba ser revestida de
fe y osadía.
Si no
tienes fe y osadía para orar, ni ores, deja a otro que lo haga. Yo hago eso, no
me siento obligado a tener fe todas las veces.
Hay una
gran diferencia entre hablar por fórmulas, y hablar inducido por el Espíritu
Santo.
No debemos
dar una orden sobre una enfermedad o una situación sin antes oír la voz del
Espíritu diciéndonos: “Habla, porque yo voy a actuar”.
No importa
si son muchas o pocas las veces que escuchamos esta “voz del Espíritu”, pero
podemos tener la certeza de que cada vez que suceda, la orden que demos se
va a cumplir.
No vemos
que Jesús haya dado órdenes y que las cosas no ocurrieran. Ni Pablo, ni Pedro. Cuando ellos daban una orden, se
cumplía. ¿Por qué sucedía? Porque para ellos la orden no era una fórmula a
repetir todas las veces, en todas las oraciones.
Yo no
concibo una oración dando una orden sobre una enfermedad, y que la persona no
se sane. Sin embargo, en la gran mayoría de las ocasiones, se ordena sobre las
enfermedades y no sucede nada.
Quizás
pueda suceder alguna vez que nada pase, pero debería ser la excepción. Tal vez
a Pedro le pasó alguna vez que dio una orden y no se produjo el milagro, pero
no era lo común.
Nosotros
transformamos en una fórmula el dar órdenes en las oraciones. Pero muchas veces
no sucede nada, y no nos preocupamos por eso.
Al actuar
así, estamos banalizando la actuación poderosa del Espíritu Santo en medio de
la Iglesia.
¿Por qué
no podemos simplemente rogar, suplicar humildemente al Señor por las
situaciones, dejando esa autoridad para aquellos momentos en que el Espíritu
Santo dice con toda claridad que demos la orden, porque va a suceder lo que Él
nos indica?
¿Por qué
no hacemos así? Yo creo que es así como Jesús hacía. Entró en el estanque de
Siloé, y sanó a uno. Estaba lleno de gente, pero sanó a uno solo ¿Por qué no
oró por los otros? Jesús estaba siendo guiado por el Espíritu. Él esperaba oír
su voz.
Yo no
estoy hablando de tener más fe solamente, sino que quiero enfatizar que el
Espíritu Santo tiene una forma de actuar, y nosotros debemos oír y sujetarnos a
la forma de actuar que Él tiene. El Espíritu Santo nos quiere guiar.
3º) La manifestación del Espíritu Santo en las
reuniones de los santos.
Cuando nos reunimos, ¿cómo se manifiesta el
Espíritu?
Vamos a mirar primero lo que no estoy diciendo:
- que no debe haber predicaciones en nuestras reuniones.
- que no debe haber alabanzas.
- que la música no es importante en nuestra
relación con Dios.
- que la alabanza no tiene un lugar importante en
la vida de los discípulos.
Siento
gratitud a Dios por la adoración que tenemos en la Casa de Dios, y por los
amados que nos han dado tantos cánticos a través de estos años.
Quiero
aclarar que no se debe interpretar con todo lo que voy a decir que nosotros no
queremos saber nada con la alabanza y la adoración en las reuniones. No es así.
Vamos a la
fuente. Lo que no proviene de la fuente, que es la Palabra de Dios, no lo
debemos abrazar.
(1Cor
14.26)
“¿Qué hay
entre vosotros hermanos cuando os reunís? Uno hace la apertura. Uno o dos
dirigen la alabanza. Después uno predica. Alguien da los anuncios al terminar”.
¿Así está escrito en este pasaje? Por supuesto que
no.
Yo quiero
abrir mi corazón sabiendo que estoy en confianza con los hermanos. Tengo una
gran carga por lo que estoy viendo. A veces voy a reuniones, reuniones grandes,
y me siento un loco, porque no entiendo la dinámica que lleva la reunión, y me
digo: “¿Cómo puede ser que la reunión sea así?”. Todo el mundo está feliz,
contento con la reunión, y yo estoy triste por la reunión. Esto me sucede
porque pienso en este texto de 1Corintios:
“¿Qué hay,
pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene
doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo
para edificación.”
¿De qué
habla el texto? Habla de diversidad de manifestaciones. De todo tipo de
manifestaciones. De múltiples participantes. Uno, otro, otro, otro, otro, etc.
El texto deja claro una viva y dinámica dirección del Espíritu Santo en la
reunión de la Iglesia, el énfasis en la libertad de cualquier forma de
liturgia.
Decimos
que somos “carismáticos”, pero nos estructuramos de tal manera que terminamos
limitando la libertad del Espíritu para dirigirnos en las reuniones. Yo
entiendo que debe haber un orden, pero entiendo que también debe haber una
apertura a la obra del Espíritu. Si no es así, esa búsqueda de orden se termina
convirtiendo en una regla de cómo deben ser las reuniones.
Cuando
estábamos bajo una denominación muy tradicional, la reunión era un “velorio”.
Luego, entramos en una nueva dinámica. Era visible. Los cánticos ya no eran
aburridos. Comenzó la efusividad, la espontaneidad, la alabanza, la alegría.
Cantamos, saltamos, y ahora la predicación era de una hora, ya no de veinte
minutos.
Así fue:
parece que salimos de un “estado de infancia”, en el que la reunión era un
velorio, entramos en una “bendita adolescencia”, pero creo que nunca llegamos a
la madurez que Pablo propone en este pasaje. Yo pido perdón, pero quiero creer
en lo que dice este pasaje. Lo veo tan claramente expresado que no puedo dejar
de incomodarme.
La
liturgia rígida está cada vez más establecida, y respaldada por apóstoles de
renombre. Y yo no lo puedo aceptar. Voy a retiros de pastores, y me siento como
un pez fuera del agua. A veces pienso que estoy loco. Veo a todo el mundo
contento, y yo no me siento bien. Todos dicen que están viendo la Gloria de
Dios en la reunión, y yo no la veo.
Si alguno
de mis mayores me dice que estoy equivocado en lo que veo en cuanto a este
pasaje, voy a tener paz y me voy a sujetar. Al preguntar a mis mayores, me han
dicho que lo que estoy viendo tiene su raíz nada más y nada menos que en la
Palabra de Dios, y que por lo tanto, no estoy equivocado en lo que pienso.
Me han
dicho también que este pasaje está orientado a pequeños grupos y no a grandes grupos,
como una congregación. Pero yo no pienso así, y es más: si hay una reunión en
la que, por ser grande, no podemos aplicar esto, entonces no deberíamos tener
tal reunión.
Yo creo
que si hay orden y madurez, se puede realizar esta práctica. Es verdad que si
la reunión es muy grande, de miles, se complica. Por eso debemos encontrar una
dinámica de reunión correcta, como dividir la Iglesia en sectores por ejemplo,
para facilitar la participación. Entonces, con sectores, con algunos cientos de
personas, ya se puede poner en práctica 1Corintios 14:26.
Lo que
sucede es que hay que animarse a hacer los cambios necesarios para permitir las
dinámicas correctas.
Muchos
dirán:“Ya dijiste lo que no te gusta pero, ¿cuál es tu propuesta
concretamente?”. Les voy a decir algunas cosas de nuestro testimonio en todo
esto. Luchar contra este paradigma en nuestras reuniones, es luchar contra una
corriente poderosísima. Es una costumbre que impera en todo lugar. Este tipo de
liturgia está presente en toda la Tierra. Por eso son muy difíciles los
cambios.
Alguno me
ha criticado, diciendo que yo solo creo en un único tipo de reunión. Y me
siento mal juzgado por esta afirmación, porque es justamente lo contrario.
Porque contra lo que me estoy revelando
es justamente que a todo lugar que he ido durante 30 años, lo único que he
visto es un solo tipo de reunión. No entiendo por qué me dicen a mí que creo en
un solo tipo de reunión, cuando son ellos los que creen esto.
Vamos a la
propuesta:
Yo propongo las Escrituras. Propongo que ante todo
se enseñe insistentemente la importancia de la profecía en la Iglesia.
Antes de
entrar en lo que dice 1Cor 14:26, Pablo habló mucho acerca de la profecía.
Pablo deja bien en claro que la profecía es el principal de los dones, y pedía
“sobre todo que profeticéis.” Las profecías deben tener el lugar número uno en
nuestras reuniones, por causa de lo que está escrito en 1Cor 14:1.
Sin
embargo, menos del uno por ciento de los hermanos profetiza en las reuniones.
Una
reunión llena de profecía es una reunión rica, y una reunión sin profecía es
una reunión pobre.
¿Por qué
profecía? Sencillo: “el que profetiza habla a los hombres para edificación,
exhortación y consolación.”. ¿Cuál es el nombre del Espíritu Santo? El
Consolador. Debemos entender que cada uno de nosotros necesita permanentemente
de consuelo, y lo que va a traer ese consuelo es la profecía.
La
profecía es mucho más importante que una sanidad. Si alguien se sana en una
reunión, todos están maravillados. Pero cuando alguien profetiza, a veces no
damos valor a esas palabras. Cuando alguien es sanado, es curado en un cuerpo
que luego va a morir, y que solo va a servir para abonar la tierra. En cambio,
la profecía edifica a Cristo para la eternidad en la vida de los oyentes. Yo
propongo que se dé el valor que merece
la profecía, tal cual Pablo le da.
Que se
enseñe a los hermanos la sencillez de la profecía. No hay nada más simple que
profetizar. El Espíritu Santo aquí, allí, allá, va poniendo impresiones en los
corazones de los hermanos.
El
problema es que los hermanos no están siendo enseñados a exponer con libertad y
sencillez esas impresiones que el Espíritu imparte.
La
participación de los hermanos es lo que
la palabra de Dios enseña. La participación de todos, el sacerdocio de todos
los santos es la voluntad de Dios. Debemos procurar esto: aún si la reunión es
grande, debemos intentar que suceda. Debemos luchar para que la reunión se
amolde al patrón bíblico. Ahora, requiere visión y convicción.
Yo
propongo hermanos, que el silencio no nos incomode. Les cuento un testimonio
hermoso: Estuve en una reunión donde había 1.500 hermanos reunidos, todos
orando con reverencia. En un momento se levanta un hermano, da una palabra y
luego se sienta. La Iglesia permanece toda en silencio, meditando esta palabra.
¿Qué les parece? ¡Hermoso! Sin embargo, para nosotros silencio es sinónimo de
“falta de Espíritu Santo”. Cuando hay un espacio de silencio en una reunión,
alguien enseguida mete alguna cosa, nos desesperamos y comenzamos a decir:“toma
el micrófono, toca esa guitarra, ¡haz algo!”. Nos incomodan los espacios
vacíos.
Yo propongo hermanos, que el silencio no nos incomode.
Que en
nuestro corazón nos humillemos. Llegar un día a la congregación y dar libertad
para que no haya estructura (primero esto, segundo aquello, tercero lo otro,
etc.).
Propongo
que los músicos, cuando deban tocar una canción, al terminar, paren y dejen
entrar al silencio, dando lugar a la meditación y a la participación. Que los
músicos dejen en manos del Espíritu Santo la reunión de la congregación. Yo
estoy hablando de una reunión donde hay gente madura, como lo es generalmente.
Por
nuestros paradigmas, por nuestra liturgia, el máximo grado de participación que
logramos es cuando los músicos siguen tocando y todos balbucean una oración.
Pero nadie levanta la voz en oración, nadie tiene una profecía, ninguno propone
una canción.
Ese tipo de reunión es un paradigma, y está
instalada como si viniera de parte de Dios. Pero yo no creo que sea la voluntad
de Dios.
Si
queremos entrar en aquello que Dios nos propone, debemos revisar y asegurarnos
de lo que estamos haciendo.
Años
atrás, cuando quisimos procurar esta libertad, hubo reuniones en que no pasó
nada. Las reuniones eran un desastre, y cuando volvía en el auto a mi casa yo
estaba triste. Pero el Espíritu me dijo: “¿Por qué vos estás triste si yo estoy
feliz? Yo decía: “¿Feliz con esta reunión?”. Dios me dijo: “Sí, estoy feliz con
esta reunión porque yo estoy contento con el corazón de Uds. Estoy feliz con el
deseo de obediencia de Uds.”
En un
retiro de pascua, éramos 1.800 personas. Llamamos a un hermano de Argentina
para que nos comparta. Durante la reunión este hermano estaba sorprendido y nos
decía: “En 30 años que llevo de convertido, nunca vi una reunión así”. Poco a
poco fuimos aprendiendo a no fabricar nuestras reuniones.
Una vez
fui invitado a estar con los hermanos de San Pablo. La primera reunión fue pura
música, canciones y canciones, fue un barullo. Luego di la palabra y les hablé
largamente acerca de la profecía. Hablamos del impacto de cuando hablamos o
leemos lo que Dios nos pone en el corazón, y la diferencia que se produce
cuando lo hacemos simplemente como una formalidad. Hay un impacto que la
profecía causa. Hay una fe que se manifiesta en ese momento.
Después de
instruir a los hermanos, a la noche, en la siguiente reunión dijeron:“Ahora
vamos a practicar”. Entonces les pedimos a los músicos que se coloquen en un
costado, y les dijimos que si alguien cantaba una canción ellos acompañaran,
pero que no tomaran el frente en la reunión. La reunión fue muy mala. Fue un
desaliento total. Yo me quedé sentado mirando para abajo sin hacer nada. Para
ser sinceros, el retiro entero fue un desastre.
Al
terminar, un hermano muy hermoso se acercó y me dijo: “Muchas gracias hermano
por esto, porque pudimos ver cuál era nuestra verdadera realidad. Ahora sabemos
cuál es la realidad de nuestra Iglesia. Los hermanos no tienen nada para decir.
El Espíritu Santo no está actuando en los hermanos. Si ponemos música y les
pedimos que levanten las manos y canten, lo hacen; y nos jactamos de las
grandes cosas que está haciendo el Espíritu entre nosotros. Pero ahora entiendo
que no es verdad”.
Amados, yo
creo que hay mucho para aprender con relación a esto. Lo que más frustra mi corazón es el sentimiento de estar solo en
esto.
Debemos
luchar contra nuestros propios paradigmas y nuestras propias comodidades.
Porque es así, es mucho más fácil que alguien agarre la guitarra, empiece a
tocar y listo. Alabar así es fácil, oír la voz del Espíritu Santo es otra
historia.
Debemos
luchar porque a veces conseguimos algo, pero con el tiempo tiende a caerse, y
los paradigmas vuelven a levantarse. Debemos estar atentos.
Yo creo
que si damos lugar a Dios, y buscamos sujetarnos a Él, vamos a ir
aprendiendo cómo hacerlo.
Repito: No
estoy diciendo que no debe haber predicaciones en las reuniones, que no debe
haber alabanza, o que la música no es importante.
Lo que más me anima es la certeza de que, tanto
las reuniones más pobres como las más efusivas, serán procurando agradar al
Señor y dar el primer lugar al Espíritu Santo.
Yo
propongo una liturgia: La liturgia del Espíritu Santo. La liturgia de esperar
al Espíritu Santo. Propongo un corazón que diga: “No sé cómo tiene que ser la
reunión. Por favor ayúdanos, Espíritu Santo”.
Extraído de la pagina :
http://haciendodiscipulos.com.ar/escritos/generales/QueHemosHechoEspSanto.pdf